miércoles, 7 de noviembre de 2012

GUATAVITA



LAGUNA DEL CACIQUE GUATAVITA Y CUCHILLA DE PEÑAS BLANCAS



Hoy he decido salir un poco de la rutina, y dejarme llevar por un lugar mágico, lleno de vibraciones al caminar y cuentos míticos. Voy a llevarlos a un espacio fuera de la ciudad, si, esa ciudad que inspiró este espacio. Para cerrar este capítulo de lugares nos alegaremos de la gran urbe y exploraremos la riqueza cultural, esa que nos pertenece, esa que nos hace ser las personas que somos, hoy daremos un paseo por nuestros antepasados, aquellos que fueron ricos en oro y amor a la madre naturaleza.

Entre los municipios Sesquilé y Guatavita a 60 kilómetros de Bogotá; se encuentra ubicada La Reserva Forestal Laguna del Cacique Guatavita y Cuchilla de Peñas Blancas, un ecosistema verdaderamente maravilloso que guarda el recuerdo de aquellos aborígenes que cuidaban la tierra y cada día le rendían un tributo a su inmensa fortaleza. Este espacio es una franja montañosa que comprende 613 hectáreas, y les aseguro que cada rincón vale la pena en su recorrido. Guatavita encierra consigo una  leyenda, que hace parte de nuestras creencias y arraigos culturales milenarios. En su recorrido se pueden observar diferentes espacios que compartían los indígenas, en sus rituales, ya que eran adoradores de esta tierra inmensa que nos da el sustento diario. Pero sin entrar en detalles, les puedo asegurar que este es uno de los recorridos imperdibles para turistas pero sobre todo para nosotros pocos conocedores de los tesoros que aun poseemos.
La Corporación Autónoma Regional de Cundinamarca CAR, se encarga de la preservación de este emblemático lugar, al igual que acompañamiento en el recorrido en el que se da información sobre los aspectos históricos, culturales y ambientales de la Reserva, Red de senderos interpretativos dentro del bosque nativo y por ultimo Guías bilingües inglés-español.

viernes, 2 de noviembre de 2012

UN CAFÉ MUY VIEJO


UN CAFÉ MUY VIEJO

Muchas veces escuchamos a gente de nuestra generación pregustarse como eran las cosas antes, tal vez, pienso dudosamente, que antes de todo esto que nos rodea, la tecnología, Facebook, el celular, antes de los amores a distancia, mucho antes de todas estas cosas con las que a veces pareciera no podríamos vivir, nosotros, los de esta generación. Luego, mirando el álbum de fotografías de la familia puedo visualizar un poco aquella época, observando sus atuendos, los lugares que frecuentaban y en fin, pero hay un lugar en la ciudad que me puede transportar automáticamente a la Bogotá previa, un lugar donde el ministro se sentaba a debatir temas políticos con el embolador, un lugar donde los cachacos, esos que hoy poco se ven, tomaban tinto, un trago de aguardiente y hasta un vaso de chicha.

En el centro de la ciudad, exactamente en la calle 16 con carrera 7, se encuentra ubicado el Café San Moritz, una taberna muy antigua de la capital, quizá la más vieja de su especie, fundado en la década de los cuarentas, ha sido escenario de noches incontables de juerga y algarabía, con un espacio bastante amplio, en sus paredes cuelgan imágenes de personas emblemáticas como Claudia de Colombia, Galán o Gardel como también cuadros que retratan la Bogotá de siempre y aunque el café ha sufrido varia modificaciones a lo largo de la historia, conserva esa esencia de lo antiguo, de lo clásico que va de la mano con las notas que se entonan a lo largo del día, que va desde, tangos, boleros o rancheras; todo depende de la hora.

Al internarme en este lugar, siento que viajo unos años atrás para vivir la experiencia de aquellos que antes departían en este mágico lugar, y lo mejor que pude observar en aquel viejo bar de mi ciudad, donde se constituía la ciudad de la política, fueron esos hombres de antaño, que se distinguen por su elegancia de sombrero y paraguas, que solos o acompañados, tomando tinto o cerveza, me recordaban las fotos del álbum familiar, y al mismo tiempo me hacía pensar que este café es pura historia, sus paredes han resguardado a miles de personas que por aquí pasaron alguna vez y que tal vez repitieron la visita, y como no, Café San Moritz, tienen la receta de la vida eterna y sin la necesidad de modernizarse porque son sus aires veteranos los que lo mantienen vivo.